Con muchas dudas pero al mismo con mucha ilusión, comenzamos nuestro viaje a Toulouse, ese destino que tuvimos que cancelar por culpa del virus, y que organizamos para finales de Agosto, sin saber que los números iban a ser tan negativos en esta fecha, así que justo una semana antes reservamos los vuelos con el bono que teníamos de la anterior reserva y seguimos adelante con el hotel, que nos había mantenido el precio de Semana Santa, así que solo al final tuvimos que pagar 5 euros de diferencia.
Afortunadamente los vuelos en una hora estupenda, aunque eso implicaba madrugón espectacular, a las 4 de la mañana en pie y un poco más tarde de las cuatro y media ya estábamos de camino al aeropuerto. En esta ocasión habíamos tenido que reservar el parking normal de la T4 porque el de larga estancia estaba cerrado por falta de vuelos.
En el aeropuerto, todo sin inconvenientes, pasamos el control sin problemas, y embarcamos en hora en un bimotor con lo que las maletas de cabina pasaron a ser maletas de bodega en la propia pista que al llegar a Toulouse nos entregaron en mano. El vuelo perfecto para ser un avión pequeño y además llegamos a nuestro destino con adelanto de la hora, ya que teníamos viento de cola. Por lo que respecta a las medidas de seguridad, a la entrada en el avión nos dieron una toallita desinfectante y obviamente durante todo el viaje teníamos que ir con mascarilla y a la hora de desembarcar, lo hacíamos en orden, de las primeras filas a las últimas, algo que la verdad es que funciona mucho mejor que cuando va la gente como loca para salir los primeros.
Al llegar a Toulouse, no tuvimos ningún problema en encontrar la navette que nos llevaría al centro de la ciudad, solo había que seguir las indicaciones y comprar los billetes en las máquinas expendedoras, 8 euros por persona, que además te permitía coger otro medio de transporte en un tiempo limitado. Por desgracia, la parada que nos venía mejor, la de Jean Jaurés estaba cancelada por obras, así que tuvimos que parar en Compans Camparelli y luego coger el metro, tan solo dos paradas, ni qué decir que el metro iba hasta arriba pero nosotros con nuestra mascarilla y echándonos gel continuamente. El autobús no tardó más allá de 20 minutos en llegar a nuestra parada.
Por fin llegamos ya al hotel situado en la Plaza Wilson, a escasos metros del Capitolio, en pleno centro de Toulouse, es lo que tiene viajar en pareja, jejejeje.
Lógicamente no estaba la habitación preparada, así que dejamos las maletas en recepción y nos pusimos enseguida en marcha a la conquista de la ciudad.
La plaza recibe el nombre del presidente Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos durante la primera guerra mundial y aliado de Francia. En la plaza hay una estatua del poeta Pierre Goudouli y un carrusel al ser verano.
La primera impresión del hotel muy positiva. La zona de recepción muy moderna y la atención muy correcta y amable.
En la plaza, así como en todas las calles de Toulouse verás las placas de sus nombres en dos idiomas: en francés, el idioma oficial, y el occitano.
Nuestra intención era empezar la visita por el Capitolio pero cuando llegamos a la plaza, estaba cerrado, porque solo abrían por las tardes para visita turística.
De camino vimos el famoso centro comercial Galerías Lafayette que me pareció muy moderno tanto la fachada como el interior, nada que ver con el de París, y por supuesto con unos precios imposibles para nuestro bolsillo. Subimos al último piso porque al hacer la planificación, había leído que se veían unos vistas muy bonitos de los tejados de Toulouse pero la verdad es que nos decepcionó un poco, ya que en el último piso hay un restaurante que a esa hora estaban sirviendo los desayunos y solo pudimos asomarnos a la ventana del servicio.
Antes de llegar al capitolio, en la parte posterior de la plaza, nos encontramos con el Donjon o mazmorra que es el edificio más antiguo que se conserva de los que componían el antiguo ayuntamiento. Actualmente alberga la Oficina de Turismo pero nosotros ya íbamos provistos de nuestro mapa. De camino empezamos a enamorarnos de las fachadas de las casas de la ciudad por su color y sobre todo por las barandillas de las terrazas con filigranas de diferentes tipos.
La plaza del Capitolio es muy amplia, llena de bares y de terrazas y también de un pequeño mercadillo con algunos puestos. El edificio más importante es evidentemente el Capitolio, sede del ayuntamiento con unos salones impresionantes de los que hablaré más tarde.
Justo frente al Capitolio hay un edificio con arcadas en cuyos techos hay imágenes de personajes famosos relacionados con la ciudad como Carlos Gardel, que nació en Toulouse.
Además en el suelo de la plaza hay dibujada la cruz de Occitania y en cada punta dibujado un signo del zodiaco. Por supuesto fuimos directos a buscar el de Scorpio, nuestro signo.
En su interior destaca sobre todo la famosa palmera, exponente gótico de bóveda estrellada y los restos de Santo Tomás de Aquino.
Me encantan las iglesias góticas francesas con esa altitud como queriendo alcanzar el cielo y tan luminosas con sus vidrieras.
Seguimos paseando hasta la iglesia de la Dorada que por desgracias estaba cerrada. Desde el embarcadero, en donde al día siguiente tomaríamos el barco que hace un recorrido por el Garona, se puede ver una de las vistas más conocidas e impresionantes de Toulouse: la cúpula del Hospital La Grave, así como el Pont Neuf.
Casi sin darnos cuenta, nos llegó el momento de pensar en comer, así que nos dirigimos a la zona de Carmes, donde hay muchos restaurantes, no sin antes pasar al interior de la iglesia de la Dalbade.
Fue difícil elegir un restaurante para comer en la zona de Carmes porque la oferta es bastante amplia, al final elegimos uno llamado Le carbet d'Oc porque ofrecía una fórmula bastante asequible (14 euros un entrante con plato principal) y de bebida por supuesto une carafe d'eau que no era cuestión de que te clavaran 3 euros por un refresco o más. De primero elegimos melón con jamón y de segundo mi marido eligió calamares con patatas y ensalada y yo filete de carne con arroz basmati y ensalada. Comimos bastante bien y de nuevo volvimos a ver que los tolosanos son gente simpática puesto que la camarera hizo todo lo posible para entendernos y para hacerse entender.
La habitación del hotel bastante correcta, con detalles de esos que me gustan como un hervidor para calentarte agua y así poder tomarte un café o un té, una nevera pequeña en donde además habían dejado dos botellas de agua, secador y los famosos amenities de gel y champú. No muy grande pero con todo lo necesario y lo más importante, con mucho silencio, un aire acondicionado que no hacía ruido y doble acristalamiento.
La verdad es que no estuvimos mucho tiempo porque, a pesar de que el cansancio empezaba a hacer mella, queríamos seguir con el planning así que nada más abrir las maletas y guardar las cosas nos fuimos directos al Capitolio, que fue todo un descubrimiento, lástima que la fachada estuviera en obras.
Después de disfrutar a lo grande porque somos unos enamorados del arte, nos dirigimos a la calle del Toro (rue du Taur) que une el Capitolio con la Basílica de Saint-Sernin. Según la leyenda el santo fue martirizado en esta calle siendo arrastrado por un toro salvaje. En el lugar donde cayó su cuerpo se alza la Iglesia de Taur, en donde evidentemente entramos, aunque antes hicimos algunas compras ya que es una de las pocas calles en las que encontramos tiendas de souvenirs, no se os olvide traeros de recuerdo algo hecho con violetas, en mi caso, solo me compré unos caramelos pero la oferta es impresionante.
La iglesia es muy austera. Destaca un fresco en el que se plasma el martirio y la virgen negra, Notre-Dame du Rempart a la que se venera.
Nos volvimos a acercar al Garona, en esta ocasión para cruzarlo por el Puente de Saint Pierre hasta la otra orilla. No me queda la menor duda de que estas vistas, de todo el río y de las dos orillas son las mejores imágenes que puedes guardar en tu retina de Toulouse. Además aprovechamos para descansar un rato en la plaza y ver cómo los jóvenes tolosanos son también reacios a llevar la mascarilla a veces y cómo les gustan los abrazos. En fin, que en todos los sitios cuecen habas.
Recorrimos la orilla hasta llegar al Pont Neuf disfrutando de las vistas del Hospital Universitario en donde podéis ver en la foto restos del antiguo puente que destruyeron después de una subida del río que provocó una inundación en la ciudad.
Como podéis ver en las últimas fotos ya no tenía ni fuerzas para sonreír, jajajajaja. Decidimos ir a cenar y a dormir porque nuestros pies ya no podían más, así que para ello elegimos el restaurante Le granier de Pépé en donde comimos una riquísima galette, (un crepe salado hecho con harina de trigo sarraceno).
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