Por fin tras duros meses de confinamiento y de no poder ver a la familia salvo a distancia, nos juntamos para celebrar el cumpleaños de la abuela, que ya ronda los 94 años y que afortunadamente parece que esta triste y dolorosa pesadilla que estamos viviendo, la ha devuelto la vitalidad que había perdido al estar todos los días en compañía de alguien que la cuida.
Para celebrar tan preciado acontecimiento, elegimos el restaurante Alambique donde hace 20 años celebramos el bautizo de nuestro hijo mayor. Muy atentos por teléfono, nos comentaron que tenían un menú de fin de semana de 25 euros con bastantes opciones de primero y de segundo y sin necesidad de pedirlo, nos indicaron que nos ubicarían en uno de los salones reservados que tienen en primera planta, y que además tenían ascensor para la abuela, cosa que agradecimos porque así evitábamos tener que compartir un espacio cerrado con más personas.
El restaurante se encuentra ubicado en la calle los Electricistas en un Polígono Industrial así que no hay problema para aparcar.
Accedimos a su interior, tienen un salón principal en la planta baja no excesivamente grande. Tomamos el ascensor a la planta de arriba y nos ubicamos en nuestro reservado.
El menú se componía de 14 primeros, y 11 segundos más bebida, postre y café incluido. Además nos pusieron unos aperitivos y nos invitaron a un licor después del café.
De primero pedimos croquetas, milhojas de berenjena con rulo de cabra, gambón a la plancha, pimientos rellenos de bacalao y revuelto de bacalao (también lo había de morcilla).
Quizás nos pareció un poco escaso, excepto el revuelto. En las croquetas, pusieron solo cuatro y no eran muy grandes.
El segundo estuvo mejor, más cantidad y excepto el cochinillo que estaba recalentado, el resto muy rico, en especial el arroz, que acabamos probando casi todos los comensales.
Pedimos entrecot, el arroz con bogavante para dos, cochinillo, merluza rebozada y lubina a la espalda.
De postre casi todos nos decantamos por la tarta de queso casera, riquísima.
También tomamos café y luego un licor, algunos con alcohol y otros sin, dependiendo de si tenían que coger el coche o no.
Lo que más nos gustó fue el reservado donde nos ubicaron que para las circunstancias que estamos viviendo, fue todo un acierto, de esa manera evitamos el contacto con más personas, además de la tranquilidad de estar solos en un salón. La comida no estuvo mal aunque en algunos aspectos es mejorable, y el trato estupendo, fueron muy amables y estuvieron muy pendientes de nosotros.
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