Al siguiente día nos levantamos temprano pero no tanto como el día anterior. En este caso sólo 340 kilómetros nos separaban de nuestra siguiente parada en nuestro camino hasta Disneyland París: Tours, o más exactamente la localidad de Joué-les-Tours. Estuvimos hospedados en el Inter Hotel Le Cheops y aunque el hotel estaba limpio, nos causó peor sensación que el de Burdeos, sin lugar a dudas cuando se viaja fuera de España, es preferible elegir un hotel de tres estrellas a uno de dos.
De camino a Tours, hicimos una primera parada en el Castillo de Chenonceau, nuestro primer Castillo del Loira que llegamos a visitar en este viaje. Se pueden visitar hasta 19 castillos en este valle que ha sido declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO. Nosotros elegimos Chenonceau por ser uno de los más visitados y por cercanía en nuestra ruta y la verdad es que la elección fue bastante satisfactoria.
Desgraciadamente encontramos el castillo en obras pero aún así, nos maravilló, sobre todo sus jardines y su presencia sobre el río Cher.
El castillo actual fue edificado en el cauce del río Cher. Fue construido por el secretario de la hacienda del rey Francisco I de Francia. El cuerpo residencial cuadrado que constituye el castillo original fue construido entre 1513 y 1521 por Thomas Bohier.
Tras recibir el castillo la visita de Luis XIV el 14 de julio de 1650, se bautizó a una de las salas del castillo como Salón de Luis XIV.
Antes de entrar en el castillo, nos encontramos con la torre de los Marques. Cuando se construyó el castillo sobre el río Cher en el siglo XVI, Tomás Bohier y su mujer Catalina Briçconnet mandaron derribar la fortaleza y el molino fortificado de la familia Marques conservando sólo la torres del homenaje.
Accedemos al interior por la puerta de entrada, y vamos sala por sala.
La sala de la guardia. Ésta era la sala de los hombres de armas encargados de la protección real. El escudo de armas de Tomás Bohier adorna la chimenea del siglo XVI. En las paredes, la serie de tapices de Flandes del siglo XVI representa escenas de la vida del castillo, una petición de mano, una cacería.
Capilla. De la sala de guardia se entra a una capilla por una puerta coronada por una estatua de la Virgen. En las hojas de esta puerta de roble están representados Cristo y Santo Tomás con las palabras del Evangelio según San Juan: Pon aquí tu dedo - ¡Señor mío y Dios mío!.
Las vidrieras del siglo veinte (1954), las originales fueron destruidas durante un bombardeo en 1944, son del maestro Max Ingrand.
En el balcón a la derecha una virgen con el Niño de mármol de Carrara, de Mino da Fiesole.
Dominando la nave, la tribuna real desde la que las reinas asis-tían a misa, fechada en 1521.
Durante la revolución, la capilla se salvó gracias al ingenio de la propietaria de la época, Madame Dupin; la convirtió en reserva para madera, camuflando así su carácter religioso.
El aposento de Diana de Poitiers. Éste fue el aposento de la favorita del rey Enrique II, Diana de Poitiers, a quien donó Chenonceau. En 1559, tras la muerte de Enrique II en combate singular durante el torneo organizado por el capitán de su guardia escocesa, Gabriel Montgomery, la reina, su viuda, hizo que Diana le devolviera el castillo dándole a cambio el de Chaumont-sur-Loire. Destaca a la izquierda de la ventana el cuadro de Murillo Virgen con el Niño.
El gabinete verde. Gabinete de trabajo de Catalina de Médicis, convertida en regente del reino tras la muerte de su marido el rey Enrique II. El tapiz de Bruselas del siglo XVI conocido como "A la Aristolochia", es a la vez gótico y renacentista. Es excepcional por su color verde pasado al azul y por su motivo inspirado en el descubrimiento de las Américas: faisanes plateados de Perú, piñas, orquídeas, granadas, animales y vegetales desconocidos en Europa hasta 1492. Interesante la pintura de Tintoretto: La Reina de Saba.
La librería. En esta pequeña habitación donde estaba su librería, Catalina de Médicis había dispuesto su mesa de trabajo. Se contempla una magnífica vista sobre el Cher, la isla y el jardín de Diana.
La galería. Del aposento de Diana de Poitiers se desemboca en la galería por un pequeño pasadizo. En 1576, según los planos de Philibert de l'Orme, Catalina de Médicis mandó construir una galería sobre el puente de Diana de Poitiers. Con sus 60 metros de largo, sus 6 de ancho, la luz de sus 18 ventanas, su suelo ajedrezado de toba y pizarra y su techo de vigas aparentes es un magnífico salón de baile. Se inauguró en 1577 durante las fiestas organizadas por Catalina de Médicis en honor de su hijo el rey Enrique III. En el siglo XVIII la galería estaba decorada con medallones representando personajes históricos célebres.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Cher materializaba la línea de demarcación. La entrada del castillo estaba en la zona ocupada; la galería, la de la puerta sur, por su acceso a la orilla izquierda permitió a la Resistencia pasar a mucha gente a la zona libre. Una batería alemana estuvo preparada para destruir Chenonceau en cualquier momento durante todo el transcurso de la guerra.
Las cocinas. Las cocinas de Chenonceau están instaladas en los enormes basamentos que forman los dos primeros pilones asentados en el lecho del Cher.
El office es una habitación baja con dos bóvedas sobre crucero de ojinas. Por el office se accede: al comedor, reservado al personal del castillo; la carnicería; la despensa; al puente.
El aposento de Francisco I. Aquí está una de las más bellas chimeneas del Renacimiento. En el manto se lee la divisa de Tomás Bohier: "S'il vient à point, me souviendra". Entre el mobiliario destaca un armario italiano del siglo XVI, excepcional por sus incrustaciones de nácar y marfil grabadas a pluma.
El salón Luis XIV. En recuerdo de su visita a Chenonceau el 14 de julio de 1650 Luis XIV regaló a su tío el duque de Vendome, su retrato por Rigaud con un extraordinario marco de Lepautre. Sobre la chimenea Renacimiento, la salamandra y el armiño evocan el recuerdo de Francisco I y de la reina Claudia de Francia.
El vestíbulo de Catalina Briçonnet. La serie de cinco tapices de Audernarde del siglo XVII, representa escenas de caza según cartones de Van der Meulen. El vestíbulo se abre sobre el balcón desde el que se puede ver la torre de los Marques y la explanada de la entrada con el trazado de la fortaleza medieval.
El aposento de las cinco reinas. Este aposento se llama así en recuerdo de las dos hijas y las tres nueras de Catalina de Médicis. Sus hijas: La reina Margot (casada con Enrique IV), Elizabeth de Francia (casada con Felipe II de España), sus nueras: María Estuardo (casada con Francisco II), Elizabeth de Austria (casada con Carlos IX) y Luisa de Lorena (casada con Enrique III. El techo de artesonado del siglo XVI enarbola los blasones de las Cinco Reinas.
El aposento de Catalina de Médicis. A la derecha de la cama "La Educación del Amor" de Correggio pintado sobre madera.
El gabinete de las estampas. Estos apartamentos están abiertos al Cher. El techo y las chimeneas son renacentistas.
El aposento de Cesar de Vendôme. Este aposento evoca el recuerdo de Cesar, Duque de Vendôme, hijo del rey Enrique IV y de Gabriela de Estrées, tío de Luis XIV, que se convirtió en propietario de Chenonceau en 1624. De interés la chimenea renacentista con el escudo de armas de Tomás Bohier, se doró y pintó en el siglo XIX.
El aposento de Gabriela de Estrées. Este aposento evoca el recuerdo de Gabriel de Estrées, favorita y gran amor del rey Enrique IV, también de su hijo legítimo, Cesar de Vendôme. Cerca de la cama con baldaquín, un tapiz de Flandes del siglo XVI.
El aposento de Luisa de Lorena. Tras el asesinato de su marido el rey Enrique III, por el monje Jacques Clément, el 1 de agosto de 1589, Luisa de Lorena se retira a Chenonceau en el recogimiento y la oración. Rodeada de religiosas que vivían como en un convento, y siempre vestida de blanco según la etiqueta del duelo real, será llamada la "Reina Blanca". Alrededor del techo se ha podido reconstruir su aposento adornado con los atributos de duelo: lágrimas de plata, cordones de viuda, coronas de espinas y las letras griegas lambada, inicial de Luisa, entrelazada con la eta griega de Enrique III.
Después de visitar el interior del castillo, dimos una vuelta por los jardines.
Jardín de Diana de Poitiers. Este jardín se compone de ocho grandes triángulos de césped, decorados con delicadas volutas de santolinas. Las terrazas alzadas que lo protegen de las crecidas del Cher están adornadas con grandes macetas y permiten descubrir arbustos, tejos, evónimos, boj y durillos.
Jardín de Catalina de Médicis. Es la imagen misma del renacimiento. Bordeado por el Cher, sus caminos ofrecen una espléndida vista de la fachada oeste del castillo. Está diseñado en 5 paneles con césped, alrededor de un elegante estanque redondo rodeado de bolas de boj.
Como se nos hacía la hora de comer, nos acercamos al edificio de Dômes en donde hay una especie de autoservicio, los precios algo altos pero desde luego comer en ese entorno merece la pena.
En el entorno del castillo, también se puede pasear por el laberinto. En un claro del bosque de 70 hectáreas, el laberinto italiano, deseo de Catalina de Médicis, está hecho con 2.000 tejos sobre más de una hectárea. En el centro, una glorieta alzada, construida según un antiguo dibujo, permite tener una vista de pájaro del conjunto. Un cenador puntuado con macetas de boj y hiedras lo rodea y permite descubrir, al este, las monumentales Cariátides de Jean Goujon.
Por último, podemos visitar el vergel que cuenta con rosales, tomates, flores, pimientos, etc.. y la granja que abriga un taller floral.
Desde luego la visita al Castillo de Chenonceau es un verdadero placer para los sentidos y si estás por el Valle del Loira, uno de los lugares más visitados de Francia. No te lo pierdas, te sorprenderá.
Después de comer y terminar la visita a los exteriores del castillo de Chenonceau, nos dirigimos al hotel al hacer el check-in. Como ya os he contando antes, nos hospedamos en la localidad de Joué-les-Tours muy cerquita de Tours, nuestro siguiente destino turístico. El hotel era el Inter Hotel Le Cheops que lógicamente habíamos elegido por disponer de habitaciones cuádruples y por estar bien situado. El hotel correcto, sin grandes pretensiones pero muy amables en recepción, aunque mi marido tuvo que utilizar todo su francés porque no sabían ni inglés ni español.
Tras hacer el check-in, nos dirigimos en coche a Tours, ya que se encontraba a tan sólo diez minutos en coche del hotel. Aparcamos en la Plaza Anatole France en uno de los famosos aparcamiento Vinci tan conocidos en Francia y nos dispusimos a visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Justo al lado del aparcamiento, se encontraba la Iglesia de St. Julien. Del siglo XIII; construida en el lugar donde había otra iglesia del siglo VI. Los edificios monásticos están ocupados por el Museo del Gremio y el Museo de los Vinos. El campanario es del siglo XI.
Justo al lado del aparcamiento, se encontraba la Iglesia de St. Julien. Del siglo XIII; construida en el lugar donde había otra iglesia del siglo VI. Los edificios monásticos están ocupados por el Museo del Gremio y el Museo de los Vinos. El campanario es del siglo XI.
De ahí, a la Catedral de St. Gatien, que desgraciadamente tenía la fachada en obras. A pesar de los andamios, resulta impresionante tanto el exterior como el interior.
La catedral actual sucede a otras tres iglesias. Una primera, construida por San Lidoire, en donde tuvo lugar la consagración de San Martín y el milagro del globo del fuego; una iglesia franca con mosaicos dedicados a San Martín, existente 400 años; y una iglesia románica que, tras un siglo de existencia, fue destruida por la guerra y los incendios.
Ésta es la cuarta iglesia gótica. Fueron necesarios 40 años en la construcción del coro y tres siglos (XII al XIV) para la terminación de "La Gatienne".
Las torres están construidas sobre contrafuertes románicos, ofrecen un verdadero encaje de piedra.
Uno de los aspecto más destacables de la catedral son las vidrieras. Constituyen un conjunto excepcional del siglo XIII, encantador por sus juegos de colores. Podemos ver la vidriera del Génesis, la vidriera de la Alianza la vidriera de San Martín. También destacan las que muestran la historia de los grandes testigos que fueron Juan el Bautista o Juan el Evangelista y las que muestran la Vara de Jesé.
Se nos hizo la hora de cenar, así que nos dirigimos a la famosa Plaza Plumereau, el centro neurálgico de la ciudad con multitud de restaurantes y tiendas. Comimos unas pizzas y pasta en un restaurante italiano en una de las calles que dan a la plaza. Bastante bien, por cierto. Y después, volvimos ya al hotel puesto que al día siguiente nos esperaba otro viaje hasta nuestro siguiente destino: Disneyland París.
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